
Caída la noche se encaminó hacia casa, ella había llegado a la parada del metro, pero decidió mejor caminar.
A mitad del trayecto empezó a ver que las figuras de papel a su alrededor empezaban a correr, no comprendió hasta que cayó en su hombro la primera gota de lluvia, se quejó y rápidamente abrió su paraguas. Visualizó a todas las personas, los de papel corrían a cubrirse del agua, los de carne no tenían prisa, ellos parecían nunca tener prisa.
Miró sus manos, les dio vuelta, comprobando lo planas, delicadas y opacas que eran... bajó el paraguas.
Él se paró frente a la parada del autobús, luego de seis o siete minutos ahí comenzó a llover y se cubrió en el techo que hacía la entrada de una tienda de ropa.
Al poco tiempo la vio. Papel blanco, como si nunca hubiese sido pintado, parada en medio de la plaza con su paraguas abajo, esperando que el agua la consumiera, la rompiera, la...
Ni siquiera lo pensó, no se dio cuenta si quiera cuándo lo hizo hasta que chocó con ella, sintiendo el agua que también caía por su sensible figura mientras la levantaba y regresaban juntos al techo de la tienda. Ella no le habló, sólo lo miró cuando él la sentó en un escalón.
Él estaba mal coloreado, y la pintura ya se había escurrido por su figura, sus hombros se empezaban a rasgar debido a que estaban mojados.
-¿Estás bien?
La voz de ambos sonó en aquella pregunta, pero la corneta de un autobús interrumpió la respuesta. Él dijo que debía irse, se montó en el bus y la dejó ahí, sentada, con la piel a punto de romperse y el corazón latiendo como jamás lo había hecho.
Él no podía quitarse el rostro de ella de la mente, su silueta un tanto mal recortada, el bonito delineado de sus ojos, pensó que aún sin estar pintados eran tal vez los más lindos que había visto.
No podía comprender, sabía que en la vida pasaban cosas malas, él mismo había sufrido muchas veces, pero qué habría llevado a una joven como aquella a esas medidas.
La vida era dura, era difícil, pero hasta ese momento no se había detenido a pensar en que era tan hermosa en el momento justo, cuando más necesitas que lo sea te das cuenta y lo ves... Ves la oportunidad por la que rezabas, ves aquel regalo que querías, el pájaro que adorna la ventana, la risa de los niños que aún no se preocupan ni temen, sientes ese abrazo que necesitabas, ves esos lindos ojos.
Las personas lo miraban, los de papel y los de carne, volteaban a verlo como si se tratara de algo extraño, tal vez tenía los hombros muy rotos, o la pintura regada. Bajo del autobús y abrió la puerta de su departamento, pasó la cerradura y volteó hacia el balcón para colgar su paraguas pero se detuvo en seco al ver su reflejo en el espejo.
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